jueves, 7 de agosto de 2008

Haciendo el trabajo de otros

Laura había llegado a mi departamento llorando aquella noche lluviosa. Estaba herida de un brazo... una herida de bala. Sus ojos azules estaban rodeados por aquel maquillaje corrido por las lágrimas y la lluvia, y solo me estremecía esa dulzura inocente que manaba de ellos. Llegó en un mal momento para mi. Yo había recibido la llamada que me hizo enfurecer esa noche; esa llamada del trabajo que se encargó. Ella lloraba asustada y sin saber nada del por qué de la agresión. Me contó una historia que, en realidad, ni siquiera oí. Estaba yo enfurecido por el trabajo mal hecho que se había encargado, y la historia que Laura me contaba me parecía rídícula. Que sus amigas, que su salida normal, que pensaba en mi,... todas esas cosas. Pero yo sabía que no era cierto. La abracé cariñosamente, mientras olía su perfume; mientras recordaba lo felíz que había sido con ella. Suavemente, el cuchillo entraba por su pecho, mientras le miraba a los ojos azules y la besaba; mientras recordaba que el trabajo que se había encargado no lo habían logrado; mientras recordaba que se gastó, en dicho trabajo, 100 mil pesos y unos inútiles no lograron matarla. Me dijeron que solo habían matado al tipo con el que se reunía a escondidas... Pero tuve que matarla yo. No podía correr el riesgo. Terminé haciendo el trabajo de otros,... y eso era desagradable. No podía correr el riesgo... No podía correr el riesgo de que el jefe supiera que su esposa no solo tenía un amante, sino dos.